El hambre física es la señal más evidente de que nuestro cuerpo necesita energía. Este proceso está regulado por mecanismos hormonales, químicos y neuronales que trabajan para mantener la homeostasis energética. Sin embargo, nuestras elecciones alimentarias no se basan únicamente en estas señales fisiológicas. Si así fuera, problemas como el sobrepeso, la obesidad o las adicciones alimentarias no existirían. Entonces, ¿por qué comemos lo que comemos? ¿Qué otros factores determinan nuestra alimentación, especialmente durante la temporada navideña?
Durante las fiestas, la comida se convierte en mucho más que una necesidad física: es el corazón de las celebraciones. Desde la cena de Nochebuena hasta los brindis de Año Nuevo, la comida nos reúne, nos conecta y nos llena de recuerdos.
El aroma de un pavo recién horneado o el sabor de un chocolate caliente pueden transportarnos a momentos felices de nuestra infancia. También es el puente para compartir con amigos y familiares, creando nuevos recuerdos alrededor de la mesa.
En esta época, más que nunca, la comida está profundamente entrelazada con nuestras emociones y relaciones. ¿Cuántos de nosotros no encontramos consuelo en un pan de pascua o nos emocionamos al probar una receta familiar que se prepara solo en estas fechas?
El sistema hedónico de nuestro cerebro cobra protagonismo en Navidad. Los alimentos ricos en grasas y azúcares, como los turrones, galletas o postres navideños, activan nuestro sistema de recompensa. La dopamina y la serotonina generan una sensación de placer que puede llevarnos a ignorar nuestras señales internas de hambre y saciedad.
Pensemos en las cenas navideñas: aunque estemos satisfechos, siempre parece haber espacio para el postre. Esta sensación, más que necesidad, refleja cómo el placer y la emoción pueden dominar nuestras elecciones alimentarias en esta época del año.
La Navidad es una temporada de emociones intensas: alegría, nostalgia, estrés y, a veces, tristeza. Estos sentimientos pueden influir en nuestra conducta alimentaria. Cuando estamos sobrecargados por las compras, las reuniones o incluso los recuerdos de seres queridos que ya no están, solemos recurrir a alimentos reconfortantes.
El problema radica en que este alivio es temporal y puede perpetuar un ciclo de sobreconsumo que no satisface nuestras necesidades reales.
Pregúntate: ¿Por qué estoy eligiendo estos alimentos? ¿Tengo hambre física o emocional?
Si descubres que tu hambre es emocional, busca alternativas para liberar esas emociones:
Si tu hambre es física, disfruta de los platillos navideños, pero prioriza alimentos naturales y balanceados. Opta por preparaciones al horno o al vapor para mantener los sabores y nutrientes.
Incorpora especias festivas como canela, clavo o nuez moscada, que además de sabor, evocan el espíritu navideño.
Permítete disfrutar cada bocado con atención plena. Saborea las texturas, los aromas y los colores de los platillos tradicionales.
Haz de cada comida una experiencia especial. Apaga las pantallas, enciende velas y disfruta de cada plato como un acto de gratitud.
Tu relación con la comida en Navidad es un reflejo de cómo te conectas contigo mismo y con los demás. Reconectar con tus emociones y necesidades reales es un regalo que puedes darte en esta temporada.
Entonces, ¿qué paso implementarás hoy para disfrutar la magia de la Navidad de manera consciente y equilibrada?